Un ictus cerebral, también conocido como accidente cerebrovascular, ocurre cuando se interrumpe el flujo de sangre hacia una parte del cerebro.
Esta interrupción puede deberse a una obstrucción (ictus isquémico) o a la rotura de un vaso sanguíneo (ictus hemorrágico).
Cuando el cerebro deja de recibir oxígeno y nutrientes, las células nerviosas afectadas comienzan a deteriorarse en pocos minutos, lo que puede causar daños permanentes o incluso la muerte si no se trata a tiempo.
Las principales causas de un ictus cerebral incluyen:
Factores genéticos y antecedentes familiares también pueden aumentar el riesgo. En algunos casos, el ictus puede presentarse sin una causa aparente inmediata.
Según información oficial del Vaticano, el papa Francisco falleció como consecuencia de un ictus cerebral, el cual derivó en un coma y en un fallo cardiocirculatorio irreversible.
En los meses previos a su muerte, había presentado complicaciones respiratorias y enfermedades preexistentes, entre ellas neumonía bilateral, bronquitis múltiple, hipertensión y diabetes, factores que pueden agravar el riesgo de sufrir un ictus.
El diagnóstico de un ictus se confirma mediante pruebas como la tomografía computarizada (TAC) o la resonancia magnética.
El tratamiento temprano es clave, y varía según el tipo de ictus.
En casos severos, como el ocurrido con el papa Francisco, la evolución puede derivar en un estado de coma y posteriormente en el fallecimiento, debido al daño cerebral y a las complicaciones en el sistema circulatorio.