
El precio del oro cerró el año en niveles históricamente elevados, luego de superar los USD 4.500 por onza hacia fines de diciembre, con una suba acumulada cercana al 72% en el año. El movimiento se da en un contexto marcado por políticas monetarias más flexibles, compras sostenidas de bancos centrales y un escenario global atravesado por tensiones geopolíticas y fiscales.
Durante los últimos meses, el metal volvió a ocupar un lugar central en los mercados financieros, con flujos constantes hacia instrumentos respaldados en oro y una mayor demanda desde el sector oficial.
El comportamiento del oro estuvo acompañado por un entorno de tasas de interés más bajas y una mayor búsqueda de activos de resguardo.
A esto se sumaron las compras de bancos centrales, que continuaron reforzando sus reservas, y el debilitamiento del dólar, que tiende a favorecer el precio de las materias primas cotizadas en esa moneda.
En paralelo, el avance tecnológico y la expansión de sectores intensivos en infraestructura y energía incrementaron el interés por activos físicos, dentro de un escenario global con elevada incertidumbre.
Las estimaciones para el próximo año muestran rangos amplios. Algunas proyecciones ubican al oro en torno a los USD 3.930 por onza en 2026, mientras que otras lo sitúan en niveles cercanos a los USD 4.450 por onza, dependiendo de la evolución de las tasas de interés, el crecimiento económico y la demanda oficial.
Existen también escenarios que contemplan valores próximos a los USD 5.000 por onza hacia finales de 2026, en caso de que persistan las condiciones fiscales y geopolíticas que dominaron el ciclo reciente.

El mercado sigue de cerca la participación del sector público en la demanda de oro, que en los últimos años absorbió buena parte de la oferta disponible.
Esta dinámica redujo la sensibilidad del precio del metal a las variaciones tradicionales de tasas reales y fortaleció su presencia como activo de reserva dentro de los portafolios oficiales.
Al mismo tiempo, los analistas advierten que un escenario de mayor estabilidad macroeconómica podría moderar la intensidad de los movimientos, mientras que un deterioro sincronizado de la actividad global tendería a sostener la demanda.
Junto con el oro, otros metales como el cobre y la plata también registraron movimientos relevantes. El cobre alcanzó nuevos máximos impulsado por expectativas de una oferta más ajustada y por la transición energética, mientras que la plata acompañó el recorrido del oro dentro del grupo de activos considerados de resguardo.